"En este mes pasado me volví loca paseando por las calles de Lisboa, que son una viva muestra de lo que quiero decir. Lisboa ha experimentado un proceso que deberíamos estudiar: más conservadores que nosotros en cuanto al respeto a su pequeño comercio, lo que hace una década podía catalogarse como rancio o fuera de época, hoy desprende un aliento cálido que atrae al visitante y sirve de referencia emocional al lisboeta. He vivido durante un mes en esas calles de La Baixa que en su mayoría tienen nombres de oficios y aún siguen haciendo honor a la razón de su bautismo. La calle Conceição es el edén de las mercerías, las tiendas de lanas, de tejidos, de manualidades, que han visto rejuvenecida su clientela una vez que la crisis ha empujado a la gente a volver a valorar lo que unas manos expertas producen y restauran.
Miro los escaparates y me entran ganas de saber tejer, bordar, cortar o hacer ganchillo. Y veo que en el interior no solo hay abuelas, también ronda algún joven de barba alternativa que está aprendiendo a hacer punto. Los oficios en Lisboa han perdurado. Y el comercio es sagrado y define la ciudad a cada paso. Cada dependiente sabe lo que vende; cada camarero, lo que sirve. Y todos ellos lo hacen con una especie de solemnidad que hacen visible en el envoltorio de un producto o en la preparación de un café de Balão. ¿Es sentimentaloide lo que describo? En absoluto, es práctico, peculiar, atractivo, y esa mezcla está haciendo revivir a esta ciudad de incontables secretos muy castigada por la crisis.
Movida por esa intención de autenticidad, una mujer, Catarina Portas, decidió reunir hace unos diez años todos aquellos productos artesanales que habían definido la vida cotidiana del país: jabones, estuches de pinturas, cerámica popular, ropa de casa, juguetes rudimentarios, cremas de manos, estropajos, galletas, conservas… No solo se trataba de volver a poner en circulación el contenido, sino el tradicional continente: los envoltorios originales, a menudo primorosos, que convertían un jabón en un objeto de regalo. Recorrió el país de punta a punta buscando esos productos que estaban conectados con la memoria sentimental de tantos pasados y dio nueva vida a objetos de pequeñas fábricas que a punto estaban de extinguirse.
El resultado es una tienda, A Vida Portuguesa, que se ha convertido con todo mérito en una especie de museo vivo del comercio popular portugués. Las golondrinas de cerámica, las célebres andorinhas, que antaño adornaron las terrazas, ahora han anidado en la intimidad de los dormitorios, y las jarras extravagantes con boca de pez o de rana, diseñadas por ese genio del dibujo que fue Bordalo Pinheiro, vuelven a vestir las mesas. El resultado es que cuando una se encuentra en el interior de la tienda quisiera quedarse a dormir allí, para disfrutar el sueño de los niños, rodeada por esas maravillas que además de ser un regalo para la vista, el tacto y el olfato fueron fabricadas para su uso diario. No me mueve el sentimentalismo, sino el convencimiento de que tan solo la vieja alquimia de practicidad y belleza puede salvar el espíritu de las ciudades, para que no nos veamos convertidos en replicantes que habitamos un universo de franquicias."
Elvira Lindo Garrido
EL PAÍS
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